A diferencia de muchos políticos, López Obrador no se conforma con medias verdades o cierto grado de hipocresía, sino que es el campeón de la falsedad.
Prometió que haría historia, y así lo ha hecho por cuatro años. Entre las muchas características notables de Andrés Manuel López Obrador, destaca el cinismo, el hacer con absoluto descaro aquello que ataca o rechaza con sus palabras. A diferencia de muchos políticos, no se conforma con medias verdades o cierto grado de hipocresía, sino que es el campeón de la falsedad. Lo suyo es el engaño superlativo reiterado, sin importar que una y otra vez haya sido evidenciado como un falsario.
En tiempos no tan lejanos, sin las redes sociales funcionando como memoria colectiva, muchas de esas contradicciones entre el decir y hacer habrían quedado enterradas en el olvido. Para su mala suerte, los historiadores se basarán en los hechos y no en sus dichos, en las cifras y no en los otros datos que solo existen en la fecunda imaginación del tabasqueño.
La gran pregunta que quedará por contestar será si López Obrador se compraba sus propias fantasías, si su asertividad y descaro tenían una raíz en distorsiones mentales propias del mesiánico que es, o si el cinismo era absoluto. Nunca se sabrá su grado de desapego con la realidad. El hecho es el profundo daño que ha causado al país con sus acciones.